Fleabag , creada por Phoebe Waller-Bridge, explora la sensibilidad como fuerza y condena. A través del humor, el deseo y la fe, la serie revela que amar con profundidad implica enfrentarse al dolor con la misma intensidad. Entre confesiones rotas y silencios incómodos, la protagonista encuentra su redención en aceptar su vulnerabilidad como parte esencial de su humanidad.
Por Montse Covarrubias
Ver Fleabag fue para mí una experiencia que superó lo que imaginaba de una comedia. Desde el primer episodio sentí que estaba viendo algo más que una serie: era como si alguien estuviera hablando por mí, con la misma confusión, la misma necesidad de disfrazar el dolor con humor. Siempre me he sentido muy cercano a la protagonista, sobre todo en esa forma tan intensa de sentir. Como le dice su papá en uno de los momentos más honestos de la historia, "Creo que sabes amar mejor que cualquiera de nosotros. Por eso te resulta tan doloroso". , y justamente por eso todo le duele más. Sentir mucho puede ser una bendición y una maldición a la vez; cuando el amor y la culpa se mezclan, lo más fácil es esconderse detrás del sarcasmo o de mecanismos de defensa que solo nos lastiman más.
Fleabag tiene esa capacidad de incomodar y de hacernos mirar de frente lo que normalmente evitamos. Su manera de hablar de sexo, culpa, muerte y familia es brutalmente honesta, pero también profundamente humana. Es cierto que el lenguaje de la serie puede parecer vulgar, incluso provocador, pero detrás de esas palabras hay una estrategia emocional. Por ejemplo, en el primer episodio, Fleabag nos cuenta con total naturalidad una experiencia sexual minutos después de revelar una pérdida devastadora. Esa transición tan brusca no es gratuita: es su forma de controlar la narrativa, de tomar poder sobre algo que le duele. Las vulgaridades se vuelven un caparazón, una manera de no mostrarse completamente vulnerable.
Hay escenas, como las del confesionario o la boda, que parecen moverse entre la redención y el deseo, y ahí la serie coquetea con la idea de que el sufrimiento puede ser una forma de belleza. Pero Fleabag no se queda ahí. Cuando ella decide marcharse y romper con nosotros (los espectadores), deja claro que su crecimiento no viene del sacrificio, sino de la aceptación. Entiende que no tiene que castigarse más, que puede seguir adelante sin necesitar una mirada que la valide. El reto, tanto para ella como para quienes la vemos, es sostener esa crudeza sin caer en la romantización del sufrimiento.
Una parte que me parece muy interesante es cómo la serie dialoga con la tradición de la comedia británica. Pienso, por ejemplo, en The Office , donde el humor sirve para marcar distancia con la realidad. Waller-Bridge rompe con eso: el humor en Fleabag no es distancia, es confesión. Nos hace reír justo en el momento en que deberíamos llorar, y eso es lo que la hace tan cercana. En vez de protegernos del dolor, nos lo muestra con ironía, con ese tipo de humor que se siente como un golpe disfrazado de risa.
También está el tema de la narradora poco confiable. Fleabag decide qué vemos y qué no, qué contar y qué esconder. Al principio nos invita a su mundo, nos mira directamente, nos hace sentir especiales, cómplices. Pero cuando su secreto sale a la luz, deja de mirarnos. Esa ausencia de contacto visual se siente como una traición, pero también como un acto de honestidad. Ya no puedes fingir. En la segunda temporada, el sacerdote se da cuenta de que ella “desaparece” cuando nos habla, y ese momento en el que él mira directamente a la cámara nos recuerda que todos, en algún punto, usamos máscaras. La serie convierte la cuarta pared en un espejo: lo que creíamos una broma resulta ser una confesión.
El final me parece el cierre más coherente que podía tener. Cuando Fleabag nos suelta la mano y se aleja, entendemos que ya no nos necesita. El sacerdote (la única persona que realmente la vio) la rechaza, y ese rechazo se convierte en libertad. Él también tiene sus batallas: ese zorro que lo persigue simboliza sus dudas, su fe tambaleante, su miedo a quedarse solo. El zorro aparece solo cuando está cerca de Fleabag, como si sus presencias se reflejaran una en la otra. Al final, ella se despide de nosotros y él se queda con su fe y su sombra. Fleabag finalmente decide vivir, sin espectadores, sin disfraz.
Fleabag es una serie que me confronta y me conmueve cada vez que la pienso. Es una historia sobre lo humano en su forma más incómoda: la necesidad de amar, la vergüenza de fallar y el deseo de encontrar algún tipo de redención. Me gusta pensar que todos tenemos un poco de ella, y que ella tiene un poco de todos nosotros. Su forma de sentir demasiado, de reír para no desaparecer, es lo que la hace tan real. Al final, eso es lo que más me gusta: no se trata de justificar el dolor, sino de aceptarlo como parte de estar vivos.
Fotografías tomadas de:
https://www.instagram.com/bbcfleabag?igsh=MWhtY3Z3aGJnOXBicA==

