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La ternura de las máquinas nos recuerda que somos humanos

¿Cómo personalizamos la tecnología para recordar que somos humanos? Navegar entre pestañas abiertas, presentación el 21 de noviembre de 2025 en Sala Juárez por Vico Valle y Mimi Valdivia, plantea un ambicioso marco conceptual que conecta la primera computadora de México con la poesía de TS Eliot, sugiriendo que lo digital es sólo otra forma de “dejar huella”. En medio de ese hipertexto denso, Mi primera PC de Mimi Valdivia logra ser directo: un monitor de cerámica que transforma la fría tecnología en algo táctil, decorado con la ternura de quien sabe que del otro lado no hay nadie

 Por Ana Paola Moreno

 

Las artistas Vico Valle y Mimi Valdivia presentaron Navegar entre pestañas abiertas en la Sala Juárez, una exposición colectiva que reunió a distintos artistas de diferentes regiones como proyecto final de su clase de taller avanzado. Al entrar, te recibía un texto curatorial en la pared que hablaba de hipertextos, computadoras IBM de 1958 y poesía de TS Eliot (un ejercicio ambicioso pero difícil de digerir de pie en una sala), además de una hoja con un mapa que señalaba las piezas. Sin explicaciones. Solo nombres y ubicaciones.

La exposición fue difundida por redes sociales y contaba con varias publicaciones en Instagram, donde se podía leer las semblanzas de los artistas y el concepto que articulaba las piezas. Esta decisión curatorial no es casual. En una muestra sobre tecnología y presencia digital, el hecho de buscar información en Instagram para completar tu experiencia es coherente, casi performático. Aunque también te preguntas: ¿cuántos visitantes realmente hicieron ese ejercicio?

Entre las piezas, destaca el trabajo de Mimi Valdivia, artista cuyo trabajo se mueve entre disciplinas para entender cómo lo digital dialoga con todo eso que existe pero no se ve. Su obra Mi primera PC materializa perfectamente esa investigación: un monitor hecho completamente de cerámica, con una pequeña pantalla digital incrustada que despliega la frase: “Siento la ausencia de todo”.



La pieza descansa sobre una CPU también de cerámica, igualmente decorada. Los detalles importantes: los botones dibujados, los puertos USB, la textura vidriada que contrasta con la dureza digital del neón. Es un objeto híbrido que no puede funcionar como monitor ni como escultura decorativa pura. Existe un punto medio incómodo.

Aquí viene mi primera duda con la curaduría: la decisión de eliminar las fichas técnicas. En teoría, obliga al espectador a una lectura más intuitiva, menos mediada por el texto. Pero en la práctica, cuando trabajas con arte conceptual (y esta exposición lo es en su mayoría), estás dejando a gran parte de tu público en el limbo interpretativo.

Tuve la suerte de asistir a la inauguración y hablar directamente con Mimi. Me contó que la pieza nace de pensar en cómo personalizamos nuestras computadoras: los stickers, los fondos de pantalla, las carpetas organizadas con nombres que sólo nosotros entendemos. Esa personalización es un acto de agencia, de decir “yo existo aquí”. Pero simultáneamente, cuando navegamos, no sabemos quién está del otro lado. Interactuamos con perfiles, avatares, ausencias. “Estoy ahí, pero no hay nada”, me dijo.

Con esa conversación se logra un ejercicio mucho más profundo. Sigue siendo potente la frase “siento la ausencia de todo”. Tiene suficiente peso propio, pero pierde capas. Y me pregunto: ¿una obra debería poder entenderse sola, o está bien que necesita hablar con el artista para captarla?

Cuando conocí la explicación de Mimi, lo primero que pensé es cómo esta obra está completamente situada en el contexto de una generación que le tocó vivir un salto tecnológico. No nacimos con smartphones en la mano, pero tampoco recordamos un mundo sin internet. Estamos personalizando nuestros dispositivos. La computadora era un espacio íntimo, casi un diario.

La pieza captura esa nostalgia, pero también señala algo más oscuro: la distancia que las máquinas construyen entre nosotros. La falsa cercanía de estar “conectados” todo el tiempo. La cerámica (material táctil, hecho a mano) funciona como contraste al plástico frío de la tecnología. Es un gesto de ternura hacia algo que no puede amarte de vuelta.

Un punto fuerte de la exposición es que las obras dialogan entre sí. Mimi presentó otra pieza: una memoria USB también intervenida con felpa y decoraciones. Ambas piezas se complementan: el monitor como espacio público de la identidad digital y el USB como espacio privado de memoria portátil. La curaduría logra mantener un hilo conductor sin que las piezas se pisen entre ellas.

Pero aquí surge otra pregunta: ¿qué pasa con el resto de los artistas? En una exposición colectiva, ¿todas las obras sostienen el concepto con la misma solidez? Sin fichas técnicas y sin un recorrido más intencionado, es fácil que algunas piezas se pierdan en el ruido.

Navegar entre pestañas abiertas acierta en su premisa de mostrar el otro lado del alma de la tecnología, pero encuentro un poco débil lo accesible que puede llegar a ser. Las curadoras tomaron riesgos: eliminar fichas, extender la muestra a redes sociales; pero no terminan de resolver si están haciendo una exposición para un público general, o para un circuito que ya domina los códigos del arte conceptual. Sobre todo porque, hablando con quienes acudieron a la expo, parecía que el texto curatorial les parecía difícil de entender por el lenguaje que se utilizaba.

La pieza de Mimi funciona porque logra ser interpretativa sin volverse hermética. Pero me quedo pensando: ¿cuántas personas salieron de esa sala sintiendo que entendieron algo, y cuántas salieron sintiéndose excluidas de comprender la esencia de la exposición?

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