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Entre pestañas y barreras: cuando el arte se cierra en su propio navegador

Una exposición que promete navegar entre lo digital y lo sensible, pero que pone en evidencia lo complejo que puede volverse el arte cuando el lenguaje se convierte en una barrera, Navegar entre pestañas abiertas abre rutas interesantes, pero deja la sensación de que solo quienes ya pertenecen a cierta burbuja pueden realmente entrar en el viaje


Por Alejandra Vázquez

Cartel de la exposición del colectivo En lo que (Instagram).


Entrar a Navegar entre pestañas abiertas, exposición curada por Vico Valle y Mimi dentro del colectivo En lo que (puede visitarse en Sala Juárez, Gdl, hasta el 29 de noviembre), fue como abrir muchas ventanas al mismo tiempo: ideas, referencias históricas, afectos digitales y discursos sobre la tecnología. La propuesta reúne a artistas de distintas regiones de México que exploran la relación entre la mente y el mundo digital, y esa parte me pareció muy rica en la propuesta. Se nota una intención contemporánea clara: entender cómo convivimos con lo digital y cómo esto transforma nuestras emociones y cuerpos y además de repensar lo digital como algo emotivo y natural.

El texto curatorial construye un marco interesante desde el inicio, conectando la llegada de la primera computadora a México con la poesía de TS Eliot. Me gustó esa idea de que lo tecnológico y lo poético han estado en diálogo desde hace décadas, y que lo digital no necesariamente representa desconexión, sino expansión. También rescato la imagen del USB como eco de lo mineral y lo digital; esa metáfora me pareció muy potente, porque aquí se entrelaza justo el discurso en esencia, de lo natural con lo tecnológico y verlo desde una mirada más humana.

Sin embargo (y aquí empieza mi conflicto) siento que la exposición recae mucho en un lenguaje difícil y especializado. Si no estás dentro de esta burbuja de conocimiento artístico y tecnológico, comprender el mensaje de las piezas se vuelve complicado. Me impresionó cómo algo que podría ser tan cotidiano, como nuestra relación con pantallas y redes, termina sintiéndose lejano y casi inaccesible dentro de la sala.

En varias obras me encontré preguntándome qué quería decir realmente el artista, y no porque la pieza fuera crítica visualmente, sino porque faltaban herramientas para acercarme a ella. Las fichas técnicas, por ejemplo, solo mencionaban datos básicos: título, técnica y autor. En una exposición con un tema tan amplio y complejo, creo que sí era importante incluir una pequeña descripción o contexto de cada obra. Algo que ayudará al espectador a entender el porqué de la pieza y su relación con el discurso general.

¿El arte debe ser accesible? Yo creo que sí, al menos hasta cierto punto. No hablo de simplificarlo, sino de ofrecer caminos de entrada. Si el objetivo es hablar de nuestra relación con el mundo digital (algo que nos atraviesa a todos), ¿por qué limitar la comprensión sólo a quienes ya manejan el lenguaje teórico?

A pesar de esto, hubo momentos valiosos. Algunas obras lograban transmitir sensaciones claras sin necesidad de explicación, y ahí entendí el tema de la expansión afectiva del que habla el texto curatorial. Cuando la pieza lograba “hablar”, el discurso cobraba sentido: sí existe una cadena donde cuerpo y tecnología se enlazan.

Al final, Navegar entre pestañas abiertas me dejó pensando en la responsabilidad que tenemos como creadores y mediadores. Si queremos abrir conversaciones sobre temas actuales y complejos, necesitamos ofrecer puentes. El arte puede incomodar, cuestionar y exigir, pero también debe permitir que el espectador entre en diálogo, no solo observar desde afuera.

Quizás ésa sea la pestaña que falta abrir.

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