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Libertad artística, responsabilidad ética y la centralidad del público en el arte contemporáneo

Después de leer los artículos de Cubo Blanco, me parece evidente que el caso de Ana Gallardo y la cancelación de su exposición en el MUAC es un ejemplo claro de las tensiones actuales entre libertad artística, responsabilidad ética y la centralidad del público en el arte contemporáneo. Ambos textos aportan matices importantes, pero más que una conclusión cerrada, me dejaron preguntas que son cruciales para una discusión crítica.


Por Noemí Alejandra Granados Pinto


Link al material revisado (Artículo): 

  1. https://www.cuboblanco.org/revista/ana-gallardo

  2. https://www.cuboblanco.org/revista/temblores-institucionales


Por un lado, se reconoce que la obra de Gallardo ha explorado históricamente temas de violencia, fragilidad y resistencia, siempre desde una intención de visibilizar cuerpos y experiencias marginadas. Sin embargo, el problema central que señalan las críticas más fuertes —y que los artículos no esquivan— es que, en estas piezas específicas, la representación de una persona incapaz de defenderse roza con la explotación de su imagen e intimidad. Aquí se abre un dilema fundamental:


¿Cuándo la intención del artista deja de ser suficiente para justificar la obra? ¿Cuándo la ética se impone sobre la estética o la libertad de expresión?

 

Me parece que uno de los aportes más valiosos de los textos es cómo describen la pluralidad de respuestas: no se trató de un conflicto binario entre “censores” y “defensores del arte”, sino de un entramado de reacciones donde incluso voces críticas con Gallardo rechazan la cancelación como método, mientras otras defienden el derecho de los públicos vulnerados a señalar los límites que no están dispuestos a tolerar.




 

Desde esta perspectiva, creo que como público no podemos asumir una postura tibia frente a obras que cruzan líneas sensibles, pero tampoco deberíamos caer en la facilidad de cancelar sin reflexión. Nuestra responsabilidad está en participar activamente en la crítica, en la conversación pública que rodea las obras, entendiendo que esa participación también es parte fundamental del proceso artístico. El arte no se completa solo con la intención del creador, sino con la recepción y la interpretación del público.

 

Por eso, en una situación como esta, propongo que la reacción no sea la cancelación inmediata, sino la discusión abierta y sostenida. Incluso si una obra ofende, incomoda o lastima, debe poder someterse a la crítica colectiva, donde escuchemos a las personas afectadas pero también consideremos el contexto de producción, las intenciones y, sobre todo, las posibilidades de reparación o resignificación que pueda tener la obra. Así, como públicos críticos, no solo respondemos emocionalmente, sino que ayudamos a enriquecer el ecosistema del arte contemporáneo.

 

En resumen: no se trata de justificarlo todo en nombre del arte, pero tampoco de cerrar la puerta a la discusión. Lo importante es sostener el debate, porque ahí es donde realmente participamos en el sentido de las obras.


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