Ir al contenido principal

Muchos de los artistas que admiramos han hecho daño

Claire Dederer nos enfrenta a una verdad incómoda: muchos de los artistas que admiramos han hecho daño. Sabemos de sus abusos, violencias o crímenes, y sin embargo seguimos viendo sus películas, leyendo sus libros, escuchando su música. La pregunta no es solo si podemos separar la obra del autor, sino por qué queremos hacerlo.


Por Alejandra Noemí Granados Pinto




Como críticos y como público, tenemos la responsabilidad de no ignorar lo que sabemos. El arte no está separado del mundo. Cuando consumimos una obra, también estamos sosteniendo un sistema que muchas veces ha protegido el abuso de poder. No se trata solo de cancelar o perdonar. Se trata de reconocer la complicidad que hay en seguir admirando ciertos trabajos y preguntarnos ¿qué precio estamos dispuestos a pagar por el arte?


Sobrellevarlo como espectador implica aceptar que la incomodidad es parte de la experiencia. No se trata de encontrar una respuesta única, sino de reconocer el conflicto entre la admiración por una obra y el rechazo hacia quien la creó. Se puede elegir no consumir ciertas obras como un acto ético, o mirarlas de forma crítica, conscientes de su contexto. Lo importante es no ignorar lo que se sabe, reflexionar sobre el lugar desde el que se mira y tomar decisiones que sean coherentes con los propios valores. Habitar la contradicción es parte de ser un espectador consciente.


La crítica no puede limitarse a calificar la calidad de una obra ni a valorar su belleza aislada de su contexto. Hoy, el trabajo crítico debe ser político y ético, porque cada vez es más claro que la industria del arte está atravesada por relaciones de poder desiguales, explotación y silencios cómplices. Si no señalamos esas estructuras, seguimos justificando la figura del "genio" que tiene permiso para abusar, siempre que entregue una obra brillante. Considero que la crítica debe desmantelar ese mito, proponer otros modelos de creación y abrir preguntas sobre quién tiene acceso a contar historias y en qué condiciones. Si seguimos celebrando al genio a toda costa, repetimos el ciclo.






Más

Tres sillas, ninguna certeza